Veredictofutbol

Estamos en reconstrucción, esta presentación es temporal.

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Posted by Luis Fernando Borrero - -

El pase salió del pie izquierdo del marcapunta como un misil; cruzó en diagonal la cancha y la pelota fue a morir en el empeine derecho del atacante; y en verdad murió porque quedó detenida en el tiempo y en el espacio; lo que había sido un proyectil segundos antes, ahora yacía indefensa, inmóvil, a doce centímetros de los botines del mago que la había desmayado. Los relojes se detuvieron; el tiempo se ralentizó al interior del estadio; los sonidos del fútbol se silenciaron y los diez mil pares de ojos se dirigieron como movidos por una fuerza invisible, hacia la inerte esférica de cuero.


El grito, cualquiera que sea, se iba acumulando en cada una de las gargantas. Las gotas de sudor, de saliva, revoloteaban en cámara lenta en el ambiente tenso. Mientras tanto el goleador preparaba el arcabuz para el remate.

Afuera del estadio, caminaban dos amiguitos, "El zurdo" y Jorge, con bronca, con rabia los dos, porque no habían podido entrar a ver el partido; su economía no se lo permitía (en casa, mamá los hubiera zurrado... "nosotros sin tener qué comer y vos pagando entrada al fútbol"...). Además, el equipo de sus amores, el "bicho", ya estaba perdiendo otra vez. Con el modesto transistor situado entre ambos, rodeaban por enésima vez el pequeño escenario en el que en ese preciso instante, se atestiguaba la posible segunda conquista del visitante. "El zurdo", bajito, con ojos negros y cabello ensortijado, se detuvo, como presintiendo el desenlace. "La bota afuera", dijo a su amigo, esperando que su vaticinio se transforme en realidad.

El delantero sacó el remate seco. Las tribunas, los jugadores y el cuerpo técnico de "el bicho", todos contuvieron el aliento... y el remate potentísimo se coló en el ángulo superior derecho del arco local. Dos a cero y golazo. Afuera, los dos pequeños dejaron escapar una palabrota cada uno, y se ensañaron con una piedrecilla que encontraron, pateándola hasta que se perdió en un potrero.

Se quedaron, igual, afuera hasta que terminó el partido. Se abrieron las puertas y la hinchada empezó a desalojar el estadio; por un costado, salieron los visitantes para subirse al micro que los esperaba, y el delantero que había marcado el segundo gol, al ver a los dos pequeños que lo miraban desde lejos, tomó uno de los balones y, luego de besarlo, lo pateó en dirección de los dos chiquillos. Maradona lo paró con la zurda y luego empezó a hacer el jueguito; lo dominó, lo amansó, cada toque era una caricia. Diez, veinte, treinta toquecitos, y luego, con desprecio, con la parte externa del pie izquierdo, allí justo donde estaba roto el zapato, se lo devolvió al artillero, que asombrado, tomó el balón y se subió al bus.

Jorge abrazó a su amigo y juntos, regresaron a su barrio echando alguna lágrima...